9 años de experiencia

No entiendo cómo ha pasado pero me acerco a los diez años dando masajes como profesional.
Como si fuera ayer, conseguí mi primera camilla blanca y la abrí en mi habitación. Rodeada de mi pupitre, una estantería llena de libros y recuerdos, mi gran armario y mi cama.
Empecé a dar masajes a mis amigas (ya los daba antes pero no como profesional) y fue mágica la manera en que se fue extendiendo la noticia. Vicky era masajista.
Estaba finalizando mis estudios de Biología, practicaba yoga y trabajaba en promociones a pie de calle. 
El conocimiento científico sería la base de mi sabiduría, se abría paso un mundo espiritual que sigue en expansión y la oportunidad de tener que sacarle conversación a gente que no conocía me ayudó al don de gentes que tengo ahora.
La empatía, el cariño, el respeto, la profesionalidad, el cuidado, la comodidad, la confianza, la puntualidad, el trato personal,... eran las palabras que tenía claro que iban a definir mi negocio.
Un negocio que depende de mis manos, mi salud mental y mis ganas de transmitir algo a cada cliente.
Son muchas espaldas que han reposado en mi camilla, dejándose mimar y sanar. Son muchas historias personales que les acompañaron, que verbalizaban las experiencias vividas junto con la desconexión con el cuerpo para yo poder entrar en el masaje.
He escuchado y me han escuchado. Cada vez que me decían que podía ser psicóloga recordaba que era recíproca la confesión de nuestro lado más íntimo y vulnerable. 
He visto crecer a mis clientes, pasar sus mejores y peores momentos: nacimientos, bodas, separaciones, cambios laborales, crisis personales, fallecimientos, enfermedades, superación de las mismas, accidentes, cambios de vida radicales que volvían a retomar el estudio, mudanzas a otras localidades, despedidas y bienvenidas...
He compartido mi crecimiento de la misma manera que lo han hecho conmigo y con cada sesión de masaje he aprendido algo que no se podría pagar con dinero.
Me han recomendado a sus familiares y amigos y continúan pidiéndome cita para poder cuidarles ese ratito que solicitan.
Trabajar en algo que te apasiona es la mayor propina de tu vida.

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